El nombre, desaparición forzada, desnudo de toda ley, desarropado de toda convalidación social, tiene que asumir una casi imposible responsabilidad. Debe dar existencia a vidas y hechos, a recuerdos y luchas que, de otro modo, no tienen lugar dentro de las instituciones del Estado ni de la Sociedad, dentro de la experiencia de lo humano.
Las mujeres y los hombres que afirmamos la existencia de las personas que fueron desaparecidas somos inevitablemente testigos. No hemos elegido el lugar y las circunstancias históricas en que nos tocan vivir, pero sí optamos por la justicia y la verdad.
Cuando justicia y verdad son reclamos dentro de la ley de los Estados, a los ciudadanos nos cabe una responsabilidad igualitaria y compartida.
El relato de Ximena Antillón como informe psicológico y social acumula muy buenas fuentes teóricas y técnicas, que respaldan de modo consistente los elementos obtenidos en la investigación y la terapéutica desarrolladas. Pero tal vez importa observar que todos los materiales están atravesados por una sola y misma pregunta: ¿Cuál es el sentido de la vida?
Mientras se pueda sostener esa pregunta se sostiene también, para quien trabaja, el sentido de su tarea, la ética de su práctica. Práctica que hace hablar a las voces sumergidas y de este modo las expone a su propio gesto de libertad.