El discurso de derechos humanos llegó para quedarse. Ningún gobierno dirá que los derechos humanos son irrelevantes, tampoco aceptarán que violan derechos humanos (al menos no con facilidad y sin una resolución internacional de por medio). Todos afirmarán que gastan grandes sumas de dinero, que realizan cientos o miles de acciones y que ponen toda su atención al respeto, garantía, protección y promoción de los derechos humanos. Como discurso, podemos decir que los derechos humanos son, hoy, un discurso victorioso como parámetro de publicidad de la vida política. Y justo aquí comienza el problema.
En realidad, no hay uno, sino múltiples discursos de derechos humanos. Algunos que buscan mayor protección, otros que se sustentan en la restricción. Por ejemplo, en la Colombia de Álvaro Uribe creó un discurso sobre “seguridad democrática” que estaba sustentado en derechos humanos, que daba prioridad aun derecho en particular: el derecho a la seguridad. En nombre de ese derecho, se permitía y legitimaba pasar por encima de otros derechos como la integridad personal, el debido proceso, la libertad individual o el derecho a la protesta. El discurso sobre “seguridad democrática” de Uribe era una narrativa sustentada en derechos, pero era una narrativa de la restricción de los derechos, que pasaba por encima de los principios de indivisibilidad e interdependencia. Lo mismo podemos encontrar discursos progresistas o conservadores en derechos humanos.
Por ejemplo, pensemos en la Interrupción Legal del Embarazo (ILE). Existen tanto discursos progresistas como conservadores de derechos humanos en torno a este tema. El discurso conservador priorizará el derecho a la vida y sustentará que ésta existe desde el momento de la concepción. El progresista pondrá atención en los derechos sexuales y reproductivos de la mujer, el derecho sobre su propio cuerpo, y su integridad personal. ¿Todo es relativo en los derechos humanos? ¿Todo depende del cristal con que se mira? No necesariamente.